Los tiempos han cambiado y las nuevas tecnologías se han
instalado en diferentes modalidades, algunas tácitas que nos permiten llegar a
la noticia y difundirlas, con o sin agregado de opinión, en cuestión de segundos. No
obstante, existen cuestiones a tener en cuenta si nos sumergimos en detalles “importantes”
que pueden poner en tela de juicio la veracidad de lo informado.
Aquel extenso camino que debíamos recorrer para la
reconfirmación de la confirmación del hecho o suceso que quisiéramos informar,
hoy se reduce a cuestión de segundos. Eso, sí que resulta peligroso.
Mientras divagamos en este hermoso mundo tecnológico, nos llega
un rumor, una tentativa de noticia, una “Bomba”. Allí surge la primer y, en la
gran mayoría, única incógnita: ¿Será verdad?. Allí abrimos nuestras redes
sociales, llámese Facebook o Twitter, o en su defecto “googleamos” los datos que nos han llegado.
¿Luego? Si la web, aquel mundo anónimo (muchas veces
carecemos de firma), nos afirma el rumor ya nos proponemos a divulgar la
información sin saber siquiera la autenticidad o no de la noticia.
Las redes sociales, el submundo de las falsas identidades, es
utilizado hoy en día como una de las principales fuentes de información
existente en el mundo de las comunicaciones y sus interlocutores confían en su veracidad
para poder tener la primicia, esa bella vedette seduce a cada uno de los jóvenes
comunicadores que deambulan por los Medios.
La necesidad de permanecer en la pantalla, aire o papel,
juega su factor determinante en la conformación y desarrollo profesional de los
trabajadores de prensa y, en reiteradas ocasiones, el “minuto a minuto” juega
su mala pasada y sumerge al comunicador en el brete de desmentir lo ya
informado. Lección para no ser reincidente en la falencia periodística y
aprender del error.
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